En los últimos años el arte urbano se ha convertido en un verdadero instrumento de regeneración urbana de barriadas enteras en lugar de mera expresión artística llevada a cabo de manera ilegal en las calles y fachadas de los edificios de una ciudad. Es más, hoy en día este tipo de arte es valorada mucho y se aprovecha incluso para realizar campañas de marketing.
Hoy os queremos contar la historia de Fanzara, que es una historia de arte urbano y salvación. ¿Qué tiene que ver una aldea de apenas 323 habitantes con el arte callejero? Te lo vamos a explicar a continuación.
Fanzara es un municipio de la provincia de Castellón, a unos 100 km de Valencia. Se trata de un pequeño pueblo de orígenes muy antiguas, que existía ya en el siglo VI y estaba habitado sobre todo por musulmanes. En 1609 fue conquistado por los católicos y los habitantes árabes fueron expulsados. Desde aquél momento empezaron una serie de conflictos y divisiones entre sus vecinos, que continuó en época de Guerra Civil y hasta hoy. El pueblo se divide en dos bandos y cada uno tiene su bar de confianza, el bar «de arriba” y “de abajo”.
En el año 2005 surgió otro enfrentamiento: el entonces alcalde había impulsado la construcción de un vertedero de residuos tóxicos y de nuevo los vecinos se dividieron entre a favor y en contra de la propuesta. Incluso se formó una Plataforma con el vertedero para frenar el proyecto. La batalla política continúo hasta 2011 cuando su promotor perdió su cargo en las elecciones y el proyecto fue descartado definitivamente. El vertedero no se hizo, pero de aquellas protestas nació la idea de Javier López, un apasionado de arte, que junto a Rafa Gascó buscó reconciliar a los habitantes con un proyecto positivo, para rescatar años de conflictos y acercar el arte urbano al pueblo. Así los dos dieron vida al MIAU, el Museo Inacabado de Arte Urbano, invitando varios artistas a pintar un mural gigante con los habitantes, evento que se convirtió en uno de los festivales de street art más estimulantes del mundo.
“Pensamos que, con suerte, vendría algún artista urbano a pintar un mural, pero nunca lo que habíamos soñado: vivir como dentro de un museo” La única condición que pusieron a los artistas es que debían de alojarse en las casas de los residentes, involucrándolos de alguna manera en el proceso creativo, bien compartiendo ideas, bien organizando talleres.
La primera dificultad de este ambicioso proyecto fue, por supuesto, convencer a la población – que en su mayoría ronda entre los 70 y 80 años de edad – de que cediesen las fachadas de sus viviendas a los artistas. “A los vecinos les dijimos que si no les gustaba el resultado siempre podíamos volver a pintar de blanco por encima”. Pero al final la idea gustó mucho sobre todo a la población, que hoy muestra con orgullo las obras que aparecen en sus calles.
A partir de 2015 muchos colegios han contactado con los organizadores de MIAU para visitas escolares, y más de 2.300 niños han visitado el pueblo y hoy Fanzara tiene 105 obras que atraen a los curiosos. Por ello se llama museo inacabado, porque es es un proyecto en constante cambio y crecimiento. Como la historia de su pueblo, que se ha salvado gracias al arte.